A los 43
años de ser fundada y tras 800 asesinatos, la banda terrorista ETA (Patria
vasca y libertad) decidió abandonar definitivamente la violencia. Esta es una
victoria incuestionable de la democracia española, que desde el final del
régimen fascista de Francisco Franco, había soportado el asedio permanente.
Nacida de
un desprendimiento juvenil y radical del antiguo Partido Nacionalista Vasco, le
encaró a su matriz el acomodo con las reglas de juego y por cierto su
“pacifismo”. De lo que no se desprendió fue del ferviente nacionalismo y los
símbolos que habían sido propuestos por Sabino Arana, cuando en el último
tercio del siglo XIX formó el histórico partido.
El
nacionalismo vasco, como todos los nacionalismos de ese corte, mezcla
ideologías y cosmogonías, que en este caso provienen de un catolicismo
integrista y de un racismo raigal, que cree en la superioridad de la raza vasca
al punto de definirse como “el pueblo elegido”. Arana acuñó como consigna “Dios
y ley antigua” porque creía en la etnia jamás derrotada por voluntad divina, en
sus guerras contra celtas, íberos, hispanos, romanos, godos o musulmanes.
ETA cometió
el crimen histórico de repudiar la Constitución de 1978 que refundó la
democracia en España. Quiso usarla a su favor pero las fuerzas políticas
generaron pronto un consenso que les impidió que les sirva para sus viles
propósitos. Todos los partidos, sin distinción ideológica desoyeron las
confusas coartadas del nacionalismo armado y condenaron sin tapujos la
violencia. Esta actitud se convirtió en un valor esencial de la democracia
española.
La banda
terrorista era repudiada desde la izquierda a la derecha sin resquicios. El
propio PNV que durante largo tiempo hegemonizó el gobierno autonómico, deslindó
con la violencia.
ETA heredó
cierta base social que mezclaba catolicismo, etnia y marxismo en un magma
inentendible, que se resolvía en su estrategia de asesinatos, robos, secuestros
y atentados sin otro fin que el ejercicio del terror.
El gran
triunfo de la democracia española fue que aisló por completo a los etarras
calificándolos como lo que eran, un violento grupo armado que no tenía nada que
ofrecer más que su propia acción criminal como programa.
Sus
fachadas “legales” tanto electorales como periodísticas, fueron observadas y
canceladas por la justicia española, en procesos cuidadosos y perfectamente
legítimos. Ello contribuyó a que desde el propio espectro del radicalismo
vasco, se dieran cuenta que su única opción era actuar en democracia. Esa misma
dialéctica acabó por convencer a los militaristas que el agua se les había
evaporado.
La escena
final de tres encapuchados leyendo el manifiesto de la rendición, estuvo
precedida por una conferencia de paz, donde entre las personalidades que
participaron, estuvo Gerry Adamas el antiguo líder del IRA, que lideró un
proceso ejemplar de abandono de la violencia, desarme y disolución de esa
organización, para convertirse en un adalid de la democracia irlandesa.
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