domingo, 9 de mayo de 2010

NUEVA YORK, UN SUEÑO HECHO REALIDAD (Manuel Granados)

Todo comenzó entre reuniones y un ambiente crispado, pues había diversas opiniones sobre el destino de nuestro viaje de estudios. Tras varias semanas sin tener nada claro todo salio como queríamos la mayoría y Nueva York se convirtió en el lugar al que viajaríamos, aunque todavía faltaba una parte por decidir, y esa parte eran los padres.

Por un momento sentimos que todas nuestras ilusiones se desvanecían dado que los padres no estaban del todo de acuerdo, pero gracias al apoyo incondicional de Patricia y al empeño de todos los alumnos conseguimos definitivamente viajar a la capital del mundo.

Todavía no teníamos fecha exacta para el viaje, pero aproximadamente seria en Enero o Febrero y por lo tanto quedaban todavía varios meses, meses que serian interminables.

Cada día en el recreo podían verse alumnos paseando con cajas y cajas de bombones para pagar una parte del viaje, ya quedaba menos y no pasaba un día en el que no se hablara de Nueva York.

Después de las vacaciones de navidad la venta de bombones ya se había acabado y para entonces ya teníamos fecha para nuestro viaje, seria el 16 de Febrero.

Ahora vendría preparar los trámites burocráticos o “papeleo”, debíamos rellenar un documento llamado ESTA, necesario para entrar en los Estados Unidos.

En este documento encontrábamos preguntas un tanto extrañas, por ejemplo si queríamos atentar contra los Estados Unidos, pregunta que todos respondimos con un rotundo NO.

Al volver de las vacaciones, enero pasó muy rápidamente y sin darnos cuenta era febrero. Entramos en la segunda semana de febrero, la “semana clave” y ya podíamos contar los días que faltaban para el viaje con los dedos de las manos.

Estoy seguro que todos recordamos especialmente el lunes 15 de febrero, tan solo quedaban horas, y cada vez estábamos mas cerca de Nueva York. A las doce en punto de la madrugada detrás del instituto, nos presentamos sesenta y tres personas y estábamos decididos a emprender nuestro viaje, entre una mezcla de sentimientos, empezando por la pena al ver las lagrimas de algunas madres y por una ilusión inmensa por empezar el que seria el viaje de nuestras vidas.

Entonces, el autobús arrancó y todos sentimos como nos acelerábamos.

Tras diez horas “mal contadas”, llegamos al aeropuerto de Barajas, a las afueras de Madrid. Fuimos facturando y pasando varios controles de seguridad.

Una vez que ya habíamos acabado de facturar y con billetes en mano, nos quedaban unas cinco horas para embarcar. A las cuatro de la tarde, fuimos a pasar los últimos controles ya que a las cuatro y cuarto debíamos embarcar y a las cuatro y media el avión despegaba.

Una vez que nos pusimos en la cola para embarcar, surgieron contratiempos y aun debíamos espera más puesto que el piloto no llegaba. Una vez que había llegado empezamos a embarcar y a tomar nuestros asientos. El vuelo UX 091 llego a su destino después de ocho largas e interminables horas. Todos estábamos agotados y todavía quedaba entregar algunos documentos y responder a varias preguntas, además teníamos que recoger el equipaje. Ya habíamos terminado todo lo que teníamos que hacer y entonces salimos a pisar suelo neoyorquino por primera vez mientras esperábamos que un autobús viniera a recogernos para llevarnos al hotel.

De camino a nuestro hotel, un guía turístico nos hablo un poco de Nueva York y nos dio una serie de consejos; ya habíamos salido de Brooklyn y podíamos ver pequeños destellos de Manhattan, pero entramos en pleno corazón y fue cuando realmente nuestro agotamiento había desaparecido y estoy seguro de que cualquiera de nosotros habría hecho un tour entero por Nueva York en ese mismo momento.

Ya habíamos llegado al hotel, al bajar ya sabíamos que no era un sueño y estábamos en Nueva York.

Empezamos a descargar el equipaje, y unos empleados del hotel decidieron cargar con él de forma muy “educada”. Entramos en el hotel, para descubrir que en Nueva York todo es extravagante, pues lo primero que vimos fue un perro con un tamaño descomunal que fácilmente podría haber sido un pony. Esa primera noche, algunos no dormimos mucho ya que estábamos entusiasmados y muy nerviosos pero aun así nos levantamos temprano y nos dispusimos a comenzar nuestro primer día por Nueva York.

Era 18 de febrero, cogimos el metro y ese día visitamos el distrito financiero donde pudimos ver el edificio de la bolsa de Wall Street. También visitamos la Trinity Churh y probamos los primeros perritos calientes neoyorquinos. A medida que avanzamos por la ciudad y veíamos algún edificio o monumento emblemático alucinábamos un poco más. De camino a la Estatua de la Libertad, vimos una de las tiendas de la empresa Tiffany & Co. También nos topamos con el famoso toro de bronce de Wall Street, símbolo no oficial de la bolsa norteamericana.

Seguimos caminando e íbamos camino de coger el ferry hasta la Estatua de la Libertad, donde nos esperaba una gran cola para subir.

Una vez en el ferry podíamos ver la estatua a lo lejos.

Recuerdo especialmente el momento en el que nos acercamos al máximo a la estatua desde el ferry, no era ni la mitad de grande de lo que yo imaginaba pero si puedo asegurar que consigue poner los “vellos de punta” y te hace sentir una extraña sensación.

Bajamos del ferry y nos dispusimos a verla más de cerca, nada más entrar al recinto donde se encuentra la estatua vimos la bandera americana ondeando y en el fondo la estatua.

Dimos un paseo y subimos de nuevo al ferry, ahora pondríamos rumbo al Empire State Building.

El metro nos dejo bastante lejos del edificio y tuvimos que andar bastante pero una vez que llegamos al Empire State nos esperaban millones de ascensores, escaleras y cola.

Después de pasar por un control de seguridad, llegamos al último ascensor que probablemente subió unas ochenta plantas en apenas diez o quince segundos.

Una vez en el mirador volvimos a alucinar todos, desde ahí arriba podíamos ver todo Nueva York y solo el cansancio nos evito disfrutarlo al máximo.

Con el Empire State termino el primer día por Nueva York y ya volvíamos al hotel.

Era 19 de febrero y el segundo día en Nueva York, ese día visitaríamos la zona cero, y un museo memorial del 11 de septiembre.

También fuimos a una iglesia cercana en la que vimos objetos que pertenecieron a los distintos cuerpos de seguridad de los diversos países que ayudaron en el desastre y a algunas de las victimas.

Todos nos quedamos un poco sobrecogidos al ver tan de cerca lo que en su día vivimos por la televisión.

Cogimos el metro para dirigirnos a Brooklyn para ver el famoso puente de Brooklyn, que llega hasta Manhattan.

Una vez en el puente veríamos unos paisajes maravillosos, podíamos ver toda la isla de Manhattan. Cuando ya habíamos cruzado el puente iríamos a ver Chinatown.

Al llegar al barrio de Chinatown, parecía que había una línea imaginaria que separaba este barrio de cualquier otro, casi podíamos creer que nos encontrábamos en China de verdad, los edificios eran diferentes, las personas eran diferentes, todo era diferente.

Todo tenía ese toque asiático que lo distinguía de cualquier otro lugar de Manhattan.

Después de unas horas de tiempo libre nos dirigíamos a Little Italy, y al igual que con Chinatown, parecía que una línea imaginaria también separaba este barrio, poco a poco empezamos a ver locales con nombres puramente italianos y con los colores de la bandera italiana por todos sitios. El día había terminado y volvíamos al hotel.

Ya era día 20 de febrero y nuestro tercer día en Nueva York.

Nos levantamos temprano y volveríamos a coger el ferry esta vez en dirección a la Isla de Ellis, esta isla antes de ser declarada monumento nacional, fue la aduana de la ciudad de Nueva York donde se inspecciono a los más de doce millones de pasajeros que viajaban a la ciudad.

En el interior pudimos ver muchísimas fotos y documentos relacionados con millones de personas que habían viajado hasta Nueva York.

Una vez terminamos en la Isla, cogimos el ferry de vuelta y ahora iríamos a ver Central Park, el único lugar donde puedes encontrar un remanso de paz en mitad de todo el bullicio del día a día de Manhattan.

Estaba todo nevado y la gente patinaba en el lago congelado debido a las bajas temperaturas, es realmente una maravilla poder verlo todo blanco.

También en Central Park vimos el famoso monumento a John Lennon, el Imagine; situado muy cerca del edificio donde vivía, The Dakota.

Salimos de Central Park, para visitar el Museo de Historia Natural.

En este museo todo estaba cuidado al detalle y las figuras que representaban a los animales eran prácticamente reales.

Una vez que ya lo habíamos visto, caminamos hasta la quinta avenida donde visitamos algunas tiendas como la Apple Store o la Fao Schwartz, dentro de esta última tienda estuvimos tocando su famoso piano gigante.

Después de haber visitado estas dos tiendas, llegaríamos a lo que de verdad seria el corazón de Manhattan; Times Square.

En Times Square todo se magnifica hasta el extremo, estaba plagado de tiendas, anuncios y luces.

Es imposible describir como fue la sensación que recorrió todo nuestro cuerpo cuando nos dimos cuenta de que estábamos en pleno Times Square, todo el cansancio acumulado de un largo día caminando había desparecido y solo queríamos seguir observando aquello una y otra vez; ahora habíamos comprendido porque llaman a Nueva York la ciudad que nunca duerme.

Después de haber quedado alucinados, debíamos volver al hotel para descansar y prepararnos para nuestro siguiente día.

Ya era 21 de febrero, nos quedaba muy poco tiempo para disfrutar de las maravillas que proporciona esta ciudad.

Después de haber visto todos los barrios tan lujosos que había en Nueva York y zonas como Times Square, podríamos observar el gran contraste que existe entre Harlem; que seria la zona que visitaríamos ese día, y la parte alta, por así decirlo, de Manhattan.

Cogimos el metro por la mañana temprano para aprovechar el día, y nada mas salir de la estación y observar el panorama, nos dimos cuenta de esa diferencia, los edificios de ochenta plantas habían desaparecido, también las luces, los anuncios; ahora estábamos en la parte humilde de Manhattan.

Nuestra estancia en Harlem no fue muy larga, pero si fue bastante intensa, incluso llegamos a presenciar un arresto.

Intentamos entrar en alguna iglesia de gospel, pero era domingo y lo teníamos bastante difícil, ya que los domingos Harlem esta repleto de actividad y la gente sale a misa.

Al final no pudimos entrar en ninguna iglesia porque estaban abarrotadas, pero encontramos un buen sitio para almorzar; un restaurante con música jazz en vivo, donde pudimos observar el ritmo de la música negra.

Después de una “buena comida”, salimos del restaurante para ir a ver una iglesia cristiana.

De camino pasamos por Broadway, una de las calles más impresionantes de Manhattan.

Ese mismo día volveríamos a Times Square, para disfrutar de unas horas de tiempo libre que aprovechamos para hacer muchísimas compras.

Esa noche cenaríamos en el Hard Rock Café, un restaurante en el que había guitarras de algunos músicos, sus trajes, estaba decorado con un ambiente que hacia alusión a su nombre.

Cuando terminamos de cenar, nos dirigimos al hotel a pasar la que seria nuestra última noche antes de irnos.

Esa noche nos levantamos temprano y nos preparamos para ir de compras, pues teníamos muchísimo tiempo libre para estar por Nueva York.

A las cinco de la tarde debíamos estar en el hotel preparados para coger el autobús que nos llevaría al aeropuerto.

Todos nos despedimos de Nueva York a nuestra manera, mirando los altos edificios por última vez, haciendo las últimas fotos, o simplemente mirando al suelo.

Estaba claro que este viaje había sido especial. Entonces llego el autobús y esta vez nos costo más que nunca subirnos. Finalmente llegamos al JFK y empezamos a facturar.

No tardamos mucho y nos esperaban varias horas de espera en la que daríamos alguna vuelta o aprovecharíamos para comprar algunos recuerdos.

Nuestro vuelo saldría a las once de la noche, pero se retraso debido al mal tiempo y llego a las doce y media.

Fuimos embarcando, y desde del avión podíamos ver la lluvia que no habíamos visto en toda nuestra estancia en Nueva York y que aparecería ahora que nos íbamos.

Era tarde y todos estábamos muy cansados así que el vuelo se hizo relativamente corto o al menos más ameno que el de ida.

Llegamos a Barajas, ya volvíamos a pisar suelo español así que teníamos que añadir seis horas más en nuestros relojes.

Recogimos nuestro equipaje y con mucho cansancio fuimos subiendo al autobús que nos traería de vuelta. El camino desde Madrid a La Línea se nos hizo bastante corto puesto que estábamos agotados y estuvimos descansando la mayor parte del trayecto.

Tras algunas horas de viaje, estábamos de vuelta en La Línea y otra vez se pudo observar esa mezcla de sentimientos que percibimos al partir; una gran ilusión por volver a ver a nuestra familia, pero muchísima pena por haber dejado Nueva York.

De este viaje, he podido sacar dos reflexiones claras: la primera es que será inolvidable para todos, y lo segundo es que estoy totalmente seguro de que nos sentiremos, en nuestro interior, un poco neoyorquinos.

1 comentario:

Caja de Pandora dijo...

Si quereis que más fotos del viaje a Nueva York sean publicadas, solo tenéis que mandarnoslas a cjpd@live.com.
Sería un detalle por vuestra parte mandarnos más fotos. Un saludo.