Durante los meses de marzo y abril, en la Galería Manolo Alés y el Museo del Istmo, el polifacético artista linense Víctor Quintanilla ha expuesto muchas de sus obras: esculturas, cuadros y dibujos.
Escuetas son las palabras que puedo dedicar a la obra de mi querido amigo Víctor. No soy ningún entendido en arte y me gusta hablar con propiedad y sobre todo opinar con conocimiento de causa. Sin embargo, Víctor Quintanilla, por su amistad, por su humildad, por su cercanía, por su autenticidad, por su originalidad, por su activismo se merece un artículo sobre su obra. Y hasta una enciclopedia.
Una cosa que me encanta de Víctor y que nunca me defrauda es su autenticidad, su lealtad y fidelidad a si mismo y a su estilo. Y esta exposición tiene esa aureola propia de Víctor Quintanilla.
Víctor Quintanilla nos presenta una visión propia e intransferible de su mundo, su cultura, de su pueblo. Sólo él y nada más que él sabe lo que desea o no desea transmitir a través de su obra. Si es que quiere transmitir algo. La metamorfosis del mundo y la vida al ser observados por unos mágicos ojos maravillosos de fantasía, los ojos de Víctor. Una combinación chocante pero hermosa. Quizás los materiales no sean nobles, quizás muchas de las formas no sean equilibradas y armoniosas. Pero la obra de Víctor destila arte, arte y magia. Las interpretaciones son infinitas, tantas como personas, pero un servidor se queda con el mensaje más cultural y natural. Nuestra cultura es fruto de los retazos de hierro de muchas generaciones, por eso debemos estar abiertos a todos y a todo. Y la naturaleza. La madre naturaleza, que protege a todos sus hijos, a nosotros incluidos, y cuyo único objetivo es traernos la paz. Sin embargo, mientra La Luna observa con su lupa, los arpones de la humanidad aguijonean al Planeta Tierra.
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